lunes, 22 de octubre de 2012

1



Ella se detuvo al oírlo decir eso y volvió a caminar de vuelta los pocos pasos que había dado.
Lo encontró con la mirada que apuntaba a sus pupilas, caminó hasta estar muy cerca de él
y lo miró tan de cerca, tanto que las pupilas de ambos se agrandaron tanto que parecían desaparecer
y entonces eran los dos, la calle desierta, una lluvia que recién empezaba a nacer y el sonido del viento.

—¿Qué? —preguntó ella al no creer lo que había oído.
—Que te amo —le dijo.

Ella rodeó el cuello de él con sus brazos.

—¿Enserio? —preguntó.

Él no dijo nada, sólo puso una sonrisa en el rostro, la miró fijamente y ascendió con la cabeza.

—Yo también te amo —le dijo.

Él la tomó de la cintura, la besó y en ese instante la lluvia empezó a hacer un baile violento
contra la tierra. Pero a ellos poco les importó. A pesar de todo siguieron besándose.
Luego de separarse él la tomó de la mano y ambos empezaron a caminar, juntos,
como lo habían deseado ya desde hace algún tiempo atrás. Sí, aquellos sueños de luna llena
por fin se hacían realidad. Y no decían nada, no tenían mucho que decir en verdad. Caminaban,
agarrados de la mano, sin rumbo, sin importar que lloviznaba como nunca antes había lloviznado.
Él empezó a dar unos pasos como si bailara y ella empezó a reír.

—¿Qué haces? —preguntó con una sonrisa.
—Nada, soy feliz —le dijo.

Él camino unos pasos delante de ella y le extendió la mano.

—¿Bailamos? —le preguntó.
—Estás loco —dijo ella riendo y con un rubor en las mejillas (tan delicado como eran sus rubores).

Él la jaló del brazo y la tomó de la cintura. Ella lo miró a los ojos apenada y
rodeó su cuello con los brazos. Llovía y ellos empezaron a bailar al compás de las
gotas que empezaban a caer un poco más lento esta vez. Y ahí se encontraban, mirándose,
muy de cerca, bailando, amándose y dejando que el tiempo pase, que la vida pase,
que todo pase menos su amor. Luego de unos minutos de besos y bailes de lluvia
volvieron a su posición inicial y volvieron a caminar agarrados de la mano.

—Sabes —le dijo—. Eres la perfecta, eres mi tipo de mujer.
—¿Por qué lo dices? —preguntó ella emocionada.
—Porque nada ni nadie se compara a ti —le dijo.

Ella lo miró con una sonrisa (una de esas sonrisas sinceras que él amaba de ella),
se acercó a él, le tocó la cara con las manos y lo besó y aquel beso fue el beso más tierno
que él haya recibido en su vida. Los labios de ella eran tan suaves, tan difíciles de explicar
y tan inolvidables... Oh, sus besos... Si existe una idea del paraíso estoy seguro que la mejor
explicación está en los labios de ella. Y entonces hubieron más besos y más caminos y
la vida cambió de rumbo desde entonces y ya nada fue igual. Ya nada será igual.
Y sus manos se volvieron a entrelazar y ambos sabían como era, sí, ambos ya antes habían
creído amar pero esta vez era diferente, ambos muy dentro de sí sabían que esta vez,
aquel cruce de miradas nunca iba a terminar.

DO

No hay comentarios:

Publicar un comentario