sábado, 8 de diciembre de 2012

Triste despedida

Resultaba inesperado que alguien como tú llegara a visitar mi casa. Aun seguía dormida en la cama, imaginando los cadáveres que describían en el periódico de esa mañana. Mi café quemó mi lengua. No bebí más.
Resultaba desgastante tener que levantarme para abrir a a puerta. Porque sabía perfectamente que eras tú. Y yo, no te quería ver. Levanté mi chaqueta del sofá y me abrigué con ella, tomé el café y abrí.
Tu cara, de inmensa suavidad, contenía todas las palabras no mencionadas y tu mirada, recorría el largo de mis pisos. Querías llorar, y seguías de pie como esperando una palabra de mí. Me quedé callada, no quise decirte todo lo que sentía después de tanto tiempo de abandono. Me abstuve de conversar.
Te hice pasar, a tomar café y a leer, casi obligadamente, el periódico donde se observaban las imágenes de esas personas ya muertas. Lo ignoraste. Tomaste poco a poco el café que te ofrecí, y conseguiste hablar. No te escuchaba. Y a final de cuentas terminaste llorando y suplicando perdón. Me acerqué a tí y te juzgué con la mirada, me esquivaste, y tomé tu barbilla, insistí en que miraras mis ojos... y te besé... Como nunca antes llegué a hacerlo, lo hice. Tu mirada atónita. No lo creías, pero así fue.